Visibilidad Lésbica

¿Por qué cada vez hay menos bares para la comunidad lésbica?

No es fácil encontrarse con espacios de disfrute y hermanamiento entre lesbianas, ni siquiera en las grandes ciudades. La comunidad lésbica FLINTA* trata de revertir este fenómeno con nuevos modelos de ocio que están siendo muy celebrados
Verushka Sirit y Maia Jenkinson responsables de Me siento extraña.
Verushka Sirit y Maia Jenkinson, responsables de Me siento extraña.Alba Cros

El pasado enero, la comunidad lésbica y queer londinense vivió un momento inesperado: la celebración de una fiesta que sirvió como declaración de intenciones de lo que estaba por llegar. Situada en el barrio de Hackney, La camionera aún está cocinándose. Este bar de tapas a cargo de Alex Loveless y su pareja, Clara Solís, fue concebido —junto a otres amigues— como un lugar seguro y de disfrute para lesbianas, no binarias, intersexuales, trans y agénero (FLINTA*). “Estábamos buscando un lugar adonde ir y, como no existía, decidimos crearlo”, adelanta Solís, que se inspiró en los bares de su ciudad —Madrid— para imaginar un proyecto de ocio y disfrute que comenzó como una residencia en el sótano de otro bar. “No esperábamos en absoluto la reacción que generó el primer local y creo que su éxito demuestra que no somos las únicas que pensamos que existe esta necesidad”, continúa.

Las cervezas, más pequeñas y frías que en la capital británica, pero también las gildas o las pomadas, enamoraron a todes aquelles que anhelaban un espacio propio. “Durante los últimos años, hemos visto cómo se celebraban cada vez más fiestas y noches dedicadas a gente FLINTA*, pero siempre eran pop-ups en otros espacios y nosotras queríamos contar con una residencia permanente para nuestra comunidad. ‘La Cami’ quiere ser un local abierto día y noche, en donde beber y comer, pero en el que también exista la posibilidad de disfrutar de grupos de lectura y exposiciones de arte”, explica Solís, que trabaja a diario junto a otras personas implicadas en el bar que abrirá pronto y que ya tiene camisetas objeto de deseo.

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El recorrido hasta llegar aquí no ha sido fácil, como nunca lo es para las personas no normativas. Para acometer este proyecto, Loveless y Solís han pedido dos créditos y cuentan con la ayuda de cientos de mecenas, conscientes de que en la ciudad en la que viven hay muchos bares gays, pero ningún espacio en donde la gente lesbiana y trans se sienta cómoda. “Existe la percepción de que los negocios dirigidos a este público no tienen salida, que son demasiado exclusivos. Y es cierto que esta comunidad tiene menos recursos financieros, pero el increíble apoyo que hemos recibido demuestra que Londres necesitaba un espacio así”, insiste la fundadora de La Camionera.

Dentro de nuestras fronteras, nos encontramos —de nuevo— con este déficit de locales dirigidos a un sector de la población que busca su sitio. Una realidad en la que ya se fijó un artículo de The New York Times, publicado en 2020, en el que se reflejaba el número cada vez más reducido de este tipo de locales debido a la gentrificación. La cantante y compositora Rocío Saiz asegura que a día de hoy solo se organizan fiestas en espacios autogestionados o habitados.

Hablamos de nuevas propuestas de ocio alternativo como la de Me siento extraña, que se celebra cada lunes en el Candy Darling Bar, de Barcelona. “Queríamos crear un espacio donde todas las identidades fueran bienvenidas y en el que se celebrará la interseccionalidad”, comparten Maia Jenkinson y Verushka Sirit, que desde septiembre del 2021 tratan de dar voz a proyectos artísticos o culturales de personas que pertenecen a la comunidad FLINTA*. "Pero sobre todo queríamos contar con un espacio físico de encuentro en un formato más diurno". Un deseo que resume a la perfección Saiz: “La gente quiere otro ocio, otros festivales, otras formas de divertirse…”.

Y aunque es cierto que se celebran fiestas que pretenden ser inclusivas con todo el colectivo LGTBIAQ+, estas no siempre satisfacen a todes por igual. Ana Magab, organizadore de eventos drags como Les Roses Drag Show y militante en Orgullo Vallekano, cree que estos eventos están casi siempre están habitados por hombres cis gays, que dejan poco espacio a otras identidades. “No digo que haya una intencionalidad de dejarnos fuera a quienes no ocupamos en exclusividad la G, pero se juntan varias realidades. Por un lado, que todavía hay quien llama a cualquier espacio LGTB “fiesta gay” y, por otro, que no podemos olvidar que vivimos en un sistema en el que ser un hombre cis te otorga una presencia que no te da ninguna otra identidad disidente. Es una manera de ocupar el espacio distinta”, asegura.

Verushka Sirit y Maia Jenkinson, retratadas por Alba Cros.

Una desigualdad patriarcal, que también afecta al colectivo. “La Chueca que yo conocí cuando empecé a salir ya era un lugar tomado por el lobby gay y ahora es un parque temático", lamenta, Alicia Holgado, música y productora audiovisual y cultural. "Creo que, para las personas LGBTQIA+, es muy valioso que existan lugares en Madrid así, pero es verdad que si dentro del colectivo no perteneces, digamos, al grupo mayoritario —hombres gays de mediana edad—, es difícil encontrar un lugar en el que te sientas verdaderamente cómoda”, continúa. “De hecho, existen casos de locales originalmente bolleros que fueron ocupados por clientela gay, como el Club 33 (antiguo Medea); un lugar percibido como sórdido por pertenecer sobre todo a las butch, que fueron expulsadas con la reconversión al 33. Diría que el único caso de éxito y supervivencia palpable es el de Fulanita de Tal”, reflexiona Holgado.

Les responsables de Me siento extraña también señalan la urgencia de que la comunidad FLINTA* ocupe más espacio. “Estamos más invisibilizadas y vulnerabilizadas, por eso tenemos la necesidad de crear y habitar espacios que sean seguros para nosotres”, suscriben. Por eso, junto a Annabel Huijberts, Camila Córdova y Claudia Noya, han creado un proyecto llamado Safe Amorx. “Ellas se dedican a los estudios de género y han puesto en marcha una investigación de las posibles incidencias y maneras de prevenir situaciones de riesgo dentro de los espacios que nosotres ocupamos”, explican Jenkinson y Sirit.

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Ocurre también que aquelles que pertenecen al colectivo FLINTA* se sienten, además, cómodes en espacios que, en un primer momento, no estarían pensados para elles. Como el El rincón chaqueño (situado en el barrio de Arganzuela, en Madrid), una discoteca latina en la que se puede bailar salsa, cumbia, bachata, merengue… “Toda la peña queer está allí rozándose a tope”, asegura Saiz. “No es un sitio queer propiamente dicho, pero surge como una necesidad de salir de Chueca y del ambiente establecido. Yo a veces me pregunto si los dueños son conscientes”, bromea la cantante. Magab, por su parte, considera que lo atractivo de este lugar es que todas las personas que acuden se sienten muy cómodas. “Creo que en este caso lo que pasa es que nos gusta la música, nos gusta el ambiente, no nos hemos sentido violentades en ningún momento —como sí ocurre en otro tipo de garitos; se nota hasta en la forma en que te sirven una copa— y el boca a boca ha hecho que vayamos todes”, desarrolla.

Holgado apunta a una posible problemática. “El Chaqueño no es el único ni el primero —hace un par de años sucedía ya en el Elegant, de Lavapiés—. La parte negativa tiene que ver con la invasión de estos espacios que pertenecen a la comunidad latina; es lo mismo de lo que acusamos nosotras a los gays. Pero analizando la deriva con algo de compasión y optimismo, esta también podría ser una manera de unión festiva entre grupos de personas que están en los márgenes porque nos sentimos más cómodas en estos ambientes que en los mainstream. Y bueno, por qué no decirlo: las fiestas más divertidas actualmente son las de la comunidad latina. Pero habría que preguntarle a sus integrantes cómo se sienten con respecto a esta ocupación”, insiste. Magab también comparte un cierto pudor. “Yo, como persona blanca, no quiero ser voz de otras realidades que no me atraviesan, pero es cierto que entre colectivos históricamente discriminados encontramos puntos en común que nos hacen sentirnos segures”, ahonda.

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Lo que resulta innegable es que ambos colectivos se enfrentan a la precariedad; que también afecta a la capacidad para crear y disfrutar de espacios propios. “Como mujer, hombre trans o persona no binaria tienes más dificultades para llegar a ciertos puestos y eso se va a traducir en una menor capacidad económica; y esa realidad material repercute en el tiempo que le puedes dedicar al ocio, así como a la posibilidad de generar tus propios espacios”, apunta Magab.

Desde Me siento extraña señalan un dato que resulta dramático. “Más de un 80% de las personas trans en España se encuentran sin trabajo”. Pero existe además otro factor, de carácter simbólico, que también contribuye a la incapacidad para llevar a cabo propuestas culturales y de ocio. “Desde el privilegio, te sientes capaz de crear cualquier cosa; legitimado para hacer lo que sea y con la seguridad de que todo va a estar bien. Sin embargo, cuantos menos privilegios tienes, más vueltas le vas a dar a cualquier idea que quieras sacar adelante”, añade le organizadore de eventos drags.

Quizás por eso los espacios online son tan importantes para esta comunidad. Sobre todo para aquelles que no viven en una gran ciudad. “Lo que hay es un problema de lgtbifobia generalizado que hace que en ciudades pequeñas sea más complejo simplemente existir, pero a día de hoy también podemos encontrar espacios LGTB fuera de las capitales”, continúa Magab. Nada que ver con los dos mitos que sobrevuelan al colectivo y que Saiz resume convenientemente. “Uno es que las bolleras no salen y prefieren estar con sus novias en casa; y el otro, que las bolleras no consumen y las barras no funcionan”.

En cualquier caso, parece evidente que la creación de espacios para el disfrute y la reunión es una demanda y también una necesidad que se está llevando a cabo desde colectivos transfeministas. “Ya que hoy es 26 A, me gustaría recalcar la parte no binaria porque dentro de lo bollero hay múltiples realidades. En el imaginario colectivo está la mujer lesbiana, quizás con “aspecto masculino”, que se relaciona con otra mujer lesbiana, quizás con “aspecto femenino” y todo dentro de lo binario. Pero ser bollera va mucho más allá de eso y es ahí donde más nos cuesta encontrar nuestro lugar. Todo lo que tenga cierto passing [pase o camuflaje] de normatividad es mucho más bienvenido sea donde sea. Yo me he llegado a sentir fuera de lugar en espacios pensados para personas bibolleras”, remata Magab. Por suerte, parece que las cosas están cambiando (gracias a elles).