A Maite Alberdi (Santiago de Chile, 1983) la práctica totalidad del mundo cinéfilo la conoció a comienzos de 2021. Entonces, su documental El agente topo competía en los Premios Oscar de aquel año en la categoría de Mejor película documental. Lo había hecho días antes en los Goya, en el apartado de Mejor película iberoamericana. En la cita española, ganó; en la hollywoodiense, no lo consiguió. Ahora la cineasta chilena está dispuesta a repetir semejante hazaña con un nuevo filme, La memoria infinita, que cuenta con la producción del internacional Pablo Larraín y en la que vuelve a dar testimonio de una realidad dura, la de una pareja notable de Chile que ha de bregar con el alzhéimer de uno de sus miembros. La cinta vuelve a estar nominada en los Premios Goya 2024, en la misma categoría que la anterior, y viene precedida por su éxito en la última edición del Festival de Sundance, donde se hizo con el Gran premio del jurado, y un paso triunfante por la Berlinale de 2023 y la sección Perlak del Festival de San Sebastián del mismo año.
“Yo no siento la presión. Creo que, al revés, como que llegar a los Oscar fue un gran regalo que me ha permitido filmar con más libertad, defender mis procesos, que son largos. Sé que hay expectativas, pero no...”, explica la cineasta en Madrid días después de alzarse con el Forqué a la Mejor película latinoamericana. Otro reconocimiento en una carrera imparable. “Siento que cada película es tan, tan, tan, tan distinta en mi caso, que no me presiono porque creo que son incomparables. Si no empiezo a sentir la presión y a compararla, empiezo a repetir. Y si bien creo que tengo un estilo muy definido, cada una es otra cosa”, concede.
Alberdi ha pasado un lustro acompañando a una pareja notable de la escena cultural de Chile. La conformada por Augusto Góngora –uno de los periodistas que se decidió a informar de lo que sucedía en su país durante la dictadura de Augusto Pinochet y un referente del periodismo cultural– y Paulina Urrutia –actriz de teatro que ocupó el ministerio de Cultura durante el primer mandato de Michelle Bachelet– , quienes en 2014 recibieron el diagnóstico del alzhéimer que acompañó a Gongora hasta su fallecimiento hace algunos meses. La cámara de Alberdi los retrata, pero también lo hace la propia Urrutia en los momentos más duros del confinamiento. “La génesis fue mostrar esta historia de amor. Yo los vi en un contexto laboral y me sorprendió que Augusto estaba totalmente integrado en la vida de la Paulina. Lo vi en una universidad donde me tuve que ir a trabajar, donde él entraba a las reuniones de directorio, se metía a la clase que quería y hacía preguntas. Todos los que trabajaban ahí como que lo tenían muy incorporado”, expone la realizadora. “Yo venía de hacer El agente topo, que era la antítesis al tratar sobre personas aisladas, solas, que la gente no las iba a visitar. Y acá encontré el ejemplo de cómo había que cuidar en sociedad, sin esconder, que a veces decía cosas desubicadas y todo el mundo seguía como si nada. Los vi tan enamorados, siendo pareja y funcionando como pareja, no madre e hijo. Realmente se entendían como matrimonio, algo que me llamó mucho la atención”, continúa.
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Las reticencias de Urrutia al recibir la propuesta de protagonizar este documental no se hicieron esperar. “Los invité a hacerla y al principio la Paulina no quería, no quería, no quería y con justa razón. Todos los argumentos que me da son los mismos que yo habría dado, obviamente”, rememora Alberdi. Góngora, en los estadios iniciales de la enfermedad, sí quería enseñar su realidad al mundo, quizá influido por sus años dedicados al periodismo. “Él estaba muy convencido. Los últimos años iba a las marchas por el alzhéimer, era su batalla y al mismo tiempo se dio cuenta de que había vivido toda su vida filmando, ¿por qué no iba a mostrar su propia vida? En un momento dado dijo: ‘La gente me abría las puertas de su casa para mostrar el dolor. Yo tengo que abrir las puertas de mi casa para mostrar mi fragilidad. Y nunca tuve dudas’”, recuerda la cineasta. “Para mí algo que fue fácil en esos años fue que los dos tenían una relación histórica con las cámaras. A ninguno tuve que explicarle qué era un documental o la cámara”, profundiza.
“Ella era muy consciente de la exposición pública, de lo que le había supuesto ser ministra y de los ataques públicos. Claro. Era mayor el riesgo que tomaban que el de cualquier otra persona sin un historial público”, continúa Alberdi. “Lo que sí ayudó fue que entendieron el rol del arte, la importancia del mensaje cultural, al ser los dos iconos de la cultura en el retorno a la democracia en Chile. Ella fue la primera ministra de Cultura que existió en Chile y él fue el rostro de todos los programas culturales que existieron en aquel retorno a la democracia”, expone. “Cuando llega el cambio de mando de Pinochet en la televisión pública, la primera cara que aparece es la de Augusto. Entonces, esa pareja, que entiende profundamente el rol del cine y el rol de una película, de manera muy valiente deciden que hay que dar testimonio del alzhéimer”.
Es Paulina Urrutia la que se encarga en todo momento de un deteriorado Augusto Góngora. Lo lleva, lo cuida, lo trae y también se ha volcado enormemente en la promoción del documental, en el que ha llegado a grabar algunos de los fragmentos que se ven en la pantalla. “Ella siempre dice que no es una tragedia, sino cómo ella vivíó en el amor, como un desafío”, cuenta Alberdi. “Yo la creo porque lo vi. Jamás en cinco años sufrí filmando. Lo pasé bien porque ellos lo pasaban bien. Era como estar con una pareja de amigos que están bien y te hacen sentir bien a ti. A mí me pasaba eso”, añade. “Siento que los momentos más dolorosos que tiene la película, lo filmó ella, no lo filmé yo”.
A lo que se refiere Alberdi es a algunos instantes dolorosos que ocurren durante los meses del confinamiento más estricto provocado por la pandemia en Chile. Ahí, la documentalista no puede estar presente durante el día a día de la pareja y es Urrutia quien agarra la cámara para mostrar aquella convivencia. “Fue durante la pandemia, pero también, al mismo tiempo, aunque yo hubiese podido grabar nunca iba a estar a las dos de la mañana cuando pasaron esas cosas. Ahí también es interesante el ejercicio que ella hace porque está sola un año y medio. La cámara se transformó en una compañera y ofrece un testigo de lo que vivía”, expone la cineasta.
La memoria infinita, al igual que lo fue El agente topo, termina siendo una película luminosa a pesar de la crudeza de lo que en ella se expone. Maite Alberdi busca en ella dar la vuelta en cierta manera al relato de esta enfermedad. “Yo sé que esto es excepcional. No puedo decir que todas las mujeres tengan que cuidar así ni que quieran cuidar así porque depende de la relación que tuviste. Ella quiere cuidar porque la cuidaron también. No es algo que le pase a todas las mujeres. Esto nace de una buena relación que tiene la posibilidad, los recursos y un montón de situaciones excepcionales que permiten que ella cuide como cuida”, comparte la documentalista. “Todas las ficciones que veo sobre el alzhéimer son películas de terror. Ahí entra lo bueno del documental, que no existen los géneros. La ficción te obliga a definir qué es drama o comedia. En la vida todo se cruza. La gente se muere de la risa y luego lloran con pañolitos. Esa es la realidad de la vida. Mi invitación es a ver las problemáticas con todos los matices y con lo bueno de los grandes amores, que no dejan de ser dolorosos, pero igualmente increíbles”.
No será hasta el 23 de enero cuando se conozcan las nominaciones a los Premios Oscar 2024, pero La memoria infinita ya suena como uno de los títulos que podrían competir en algunas de las categorías al estar incluido su nombre en la lista corta de posibles candidatas. Una nueva campaña continúa para Alberdi, quien lleva prácticamente un año vendiendo este documental alrededor del mundo. “Solo los que han pasado por campañas de premios entienden la dimensión de una campaña. A nadie lo nominan solo porque la película es buena. Hay un trabajo detrás, nosotros llevamos un año sin parar”, explica la cineasta. “Con El topo tuvimos una suerte infinita porque fue la pandemia. Teníamos una superbuena película, pero al mismo tiempo no había presupuesto”, rememora. “Como todo fue online no teníamos que ir a hacer una fiesta, un cóctel, ni tapizar Los Ángeles, no teníamos dinero. Solo había que conversar todavía, todo el año. Empezamos en marzo sin parar, sin parar, sin parar. Fue una campaña democrática y decimos que hackeamos el sistema porque había pandemia. Ahora sería imposible sin presupuesto”, añade. “Los premios son ingratos, porque es mucho trabajo, mucho, tanto como hacer la película. Al final tu trabajo no necesariamente se traduce en el resultado”, concluye.
La memoria infinita se estrena en cines el próximo 12 de enero.
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