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Vestido

No hay prenda en el armario femenino que defina mejor la posición de la mujer en el mundo que el vestido. Lo que empezó siendo una prenda para cubrir el cuerpo y ha terminado por convertirse en una alternativa más dentro de un amplio abanico de posibilidades, nunca ha dejado de ser un termómetro implacable del estado mental de la sociedad. Acompañado de un corset, el vestido se convirtió en un reflejo de las ataduras y la falta de libertad femeninas hasta comienzos de 1900, momento en el que Paul Poiret lo eliminó para darle una mayor funcionalidad a esta prenda. La silueta alargada en la que la cintura se desplaza del pecho a la cintura, dando como resultado un look más andrógino en los locos años 20s y adaptado a las nuevas posibilidades de ocio, se ensombrece con los años de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Por suerte, Coco Chanel tuvo tiempo de crear su famoso little black dress o LBD en 1926, una prenda que pasó de ser símbolo de la jet-set a convertirse en un imprescindible en todos los armarios femeninos hasta nuestros días. Es en las décadas posteriores, en los años 30s y 40s, cuando se pasa de las prendas fluidas a la moda austera –el conflicto bélico así lo demanda– y de ahí, al regreso de la silueta de reloj de arena en la década de 1950 con el New Look de Dior, presentado en 1947, que volverá a estrechar las cinturas, a alargar y ampliar las faldas y, en definitiva, a encorsetar la silueta. A pesar de que la silueta contraria, la del vestido babydoll o trapecio, no pasaría a la historia hasta una década después gracias a Balenciaga que lo creó en 1958 –su predecesor es el vestido tipo saco, un diseño que también hizo suyo Hubert de Givenchy–, la prenda no era nueva en absoluto y estaba ligada históricamente a la ropa de estar en casa. Este diseño, el babydoll, acortaría drásticamente su largo en los años 60s, gracias a la ruptura sociocultural de la década que traería consigo la diversificación de la silueta en la que la minifalda o el pantalón cobrarían mayor importancia. No obstante, nunca se marcharon y firmas tan populares como Cecilie Bahnsen o Molly Goddard los han vuelto a poner de moda en 2019. A pesar de que los vestidos wrap fueron diseñados por Elsa Schiaparelli y Claire McCardell en los años 30s y 40s respectivamente, fue Diane von Furstenberg la que los puso de moda en los años 70s con el objetivo de permitir a la mujer disfrutar de su libertad sexual. Un estilo que volvió a ponerse de moda en los años 90s junto con el slip dress, un vestido ligero y fluido de estética lencera que pasó de ser considerado ropa interior a colarse en el vestuario de aires minimal de todos los iconos de moda de la época. Que ambos hayan resucitado a finales de la década de 2010’s, no es casualidad. El segundo, gracias a firmas como Saint Laurent, Prada o Marc Jacobs que encuentran en los 90s una inagotable fuente de inspiración. El primero, por la creciente popularidad del look típicamente francés con Rouje, la firma de Jeanne Damas, o la angelina Réalisation Par como marcas instigadoras. A pesar de que el vestido cóctel nunca se ha ido y que ha adoptado múltiples formas a lo largo de la historia, han sido ambos modelos los que, junto con los cómodos diseños de tejidos de punto, los versátiles de silueta camisera, los amplios de mangas abullonadas de aires 80s y los puritanos inspirados en Laura Ashley, la cultura Amish y La Casa de la Pradera, le han devuelto al vestido toda la gloria de antaño en 2019/2020.